domingo, 11 de marzo de 2012

Carta desde el corredor (teoría de multilocación metafísica) parte 2 de 4

Carta desde el corredor de la muerte
DEPRESIÓN. DISTORSIÓN. EL FLANCO DE BAJADA. EL DESCENSO

Tengo todo por hacer todavía y me habéis condenado atajo de hipócritas, termitas insaciables que vais a reventar el planeta, el umbral de la vuelta atrás ya lo habéis dejado atrás, y como si nada, y osa abalanzáis sobre mí como la desgracia se abalanza sobre vuestras cabezas insensatas, ciegos codiciosos, vuestros nietos os conocerán como los psicópatas descerebrados que causaron la extinción masiva, y mientras tanto me aplicáis la ley antiterrorista, qué cosas.

Eso me debería llenar de orgullo macabro aunque no me quedaría ya tiempo para disfrutarlo. Demasiado en qué pensar todavía, todo por ordenar, todo por hacer. Plantaría un árbol si me dierais una pala, plantaría árboles el resto de mi vida sin siquiera sentirme forzado, pero es mejor eliminarme no sea que se propague mi fiebre.

Si la justicia es remuneración mi salario aguarda al final de este largo y oscuro corredor de la muerte. Mi delito, considerar la vida de un homínido de igual valor o inferior que la de un cetáceo, y llevar a la práctica esta premisa, mediante explosivos.

A los cargos presentados debo agregar yo mismo, voluntariamente y en pleno uso de mis facultades racionales, emocionales y espirituales, el agravante de dolo, premeditación y alevosía, quizás agregaría más cargos pero no están tipificados.

Ni siquiera el enunciado de la fiscalía es correcto, pues considero mucho más valiosa la vida de un sólo cetáceo como los que intenté salvar, de los cuales apenas quedan una docena de manadas enfermas y desorientadas sin cabezas de familia ni alimento en el océano esquilmado y envenenado que les hemos dejado, que las vidas de todos aquellos homínidos que disparaban contra una de las últimas  cosas bellas que le quedan al planeta fuera de los museos, por un puñado de billetes cuyo destino siempre es el de regresar de un modo u otro a las arcas de alguna entidad financiera. Asimov se equivocaba, no seríamos esclavos de los robots, aunque sí de algo metálico, y de papel también.

Y refrendo conscientemente la sentencia, compadezco a los homínidos que maté y compadezco a sus familias, cuya casa pasará a manos de la gran ramera que ordena al mundo en forma piramidal, pero volvería a hacerlo, no hay lugar para el arrepentimiento.

Y lo siento por ellos como por el resto de personas que tienen al alcance el ser humanos pero que debido a algunas desastrosas creencias religiosas, la fascinación pecuniaria, prejuicios nacionalistas y otras formas de drogodependencia sociocultural que 7.000.000.000 de homínidos practican, y detestan algunos humanos en peligro de extinción.

El simio primate braquicéfalo con quien compartimos raza quedó estancado en el preclásico del bronce, en aquellas primeras acuñaciones masivas de moneda con las que sufragar grupos beligerantes de mercenarios dispuestos a todo por someter a los no beligerantes. Se pudrió su espíritu estancado en las aguas putrefactas del terror y el dogma, mas no así su tecnología, que se fue sofisticando y perfeccionando sobre todo para una cosa, la destrucción del otro, arte en el cual se han alcanzado insospechadas cotas. No debimos bajar de los árboles tan pronto.

En lugar darse cuenta del daño irreparable infligido sobre sí misma y su entorno, la especie protohumana entonces, casi de inmediato delegó su conciencia y su sentido de la responsabilidad en las maquiavélicas maquinarias de poder alienante y corrupto que aún perduran, y que ahora castigan mi desesperado acto de defensa del más débil, el mundo que llaman animal.

Estas  maquinarias de triturar ecosistemas, engrasadas y ebrias durante todo el siglo pasado y gran parte del presente, por el caro y sucio sabor del petróleo, permitieron que las inconscientes masas supervivientes de guerras mundiales endémicas y permanentes, disfrutaron momentáneamente del poder efímero que otorgan las glorias y placeres pecuniarios como conducir un maloliente bólido, antes de ser engullidas por esa misma maquinaria implacable dirigida por expertos en financiación que no saben nada de economía, y los homínidos comenzaron a actuar consensuada y estratégicamente como insaciables termitas peligrosamente compactas y bien organizadas, poniendo en jaque a la piel verde del planeta y a la escasa humanidad que 7.000 años antes comenzaba a balbucear su verdadero potencial racional antes de comenzar comenzó su explotación y persecución sistemática.

Los pocos humanos que residualmente fueron emergiendo y superviviendo provisionalmente estuvieron siempre dispuestos a defender esa piel verde cada vez más delgada y despezada, pero fuimos perdiendo en todos los frentes hasta llegar al irreversible día de hoy. Tan pronto como despertábamos nos iban anulando  con unas cuantas monedas, o bien asfixiando por la falta de ellas, o por la infalible espada, que nunca supieron manejar tan diestramente como sus peones de la guerra.

La cuenta atrás está en macha y ya no hay quien pare el colapso, aunque no será cosa de un día. Y yo en lugar de poner en orden mis últimos pensamientos le suelto este discurso a esas grises paredes asépticas y cargadas de desolación.

Heme aquí tratando de dispersar semillas humanas al viento de un desecado desierto hablando para mi amigo el diablo, pues ya ningún dios nos hace caso. El tiempo se acaba. El aire está cada vez más viciado, el agua cada vez más salobre, y he de rendirme ante la visita del funcionario de prisiones que me trae la comida, plato que no ingeriré porque yo mismo elegiré mi momento de morir, ya que no he podido elegir el modo.

Después de la última sesión de azotes psicológicos para delatar a mis hermanos activistas, ya no sé si me encuentro en mis cabales o la situación de estrés permanente en la que me encuentro hace que confunda ya la realidad con el sueño, ya no sé si estoy despierto o dormido, no sé si es de día o de noche, o que día debería ser hoy, ni sé si cuando mis ojos se cierren de cansancio lo harán por última vez, ni sé si lo deseo siquiera.
Me veo las manos, y veo que no son lo que eran.

Mis manos eran bellas, de verdad. Aunque no lo parezca, un día mis manos fueron dignas de ser pintadas, proporciones áureas, delicadas curvas fractales, recias pero suaves, musculosas, firmes, equilibradas, simétricas, como las de la capilla Sixtina, manos de músico, de lírico, de cocinero de finas hiervas. Mis manos no temblaban así.

Hoy no parecen mías, no las conozco, y creo que ellas ya tampoco me reconocen. Me acabo de dar cuenta de que son unas manos ajadas, maltratadas, vejadas, expresión de mis sentimientos. No son manos de un informático ni del hombre de escritorio para lo cual fueron educadas, son manos de labriego cansado, de campesino desesperado de mirar al cielo, de obrero de la construcción somnoliento tras una jornada a destajo demoledora, manos de cantero medieval, de minero asturiano, de boxeador vencido.

Son cicatrices prensiles, mapas de 42 años de golpes, todos en defensa propia, todos en el amor propio. Hoy ya no es posible ser humano. Los que lo fueron ya se han fueron de este plano al siguiente del quinto, quizás abandonaron asustados, quizás supieron reconocer la derrota y no quisieron seguir malgastando energías valiosas, o los han ejecutado ya sin inyección ni protocolos como a los hermanos totémicos de especie.
Ya nada me espanta tanto como las torturas de los enemigos de la luz, las ignominias y vejaciones humanitarias del pasado que creíamos lejanas y extirpadas, siempre llaman a la puerta como metástasis incontrolables de un infierno latente.

Las sombras más lúgubres del pensamiento lúgubre siempre vertiendo premisas venenosas en las aguas cristalinas de la razón y la ciencia, hoy el caldo de cultivo flotando en unos medios de comunicación corruptos y monopolizados al servicio del dinero, que difunden indiscriminadamente falsas pócimas milagrosas que las masas ingieren sin oler ni paladear, y los fanáticos engullen con la avidez y la satisfacción del que se quita el síndrome de abstinencia mediante tóxicos corrosivos que matarían a alguien sano.

Jauría de perros vanidosos homologados por una corbata y una cara tan dura como el hormigón con que alicatan la  piel del planeta, sostienen su imperio en el viejo concepto de la moneda, y lo que ellos llaman sostenibilidad es ya colapso global dosificado en cómodos plazos. Ya no sé si me importa, tengo un pie ya en el quinto elemento, además no sé si es algo que cada uno de vosotros os habéis buscado por acción o por omisión. Cuando me hayáis expulsado de un puntapié con forma de inyección quizás con suerte comprendáis que esto no es una crisis sino un sistema. Un sistema de control de bienes muy antiguo, por cierto.

No dejaréis de escuchar a los maestros de la perversión y la mentira que se disfrazan de objetividad y pragmatismo, vacíos materialistas que sólo ven en los números cifras con que sesgar estadísticas para reforzar los nichos de escoria donde incuban las próximas patrañas que mañana incluirán en los libros de historia.

Tampoco son inocuos los asesinos del espíritu y corruptores de conciencias que se erigen como intermediarios de dioses con derecho de patente, son igualmente perniciosos e invocadores del desastre.

Nada saben del espíritu, sin embargo su fe es tan ciega como incrédula su actitud ante ciertas evidencias. Ellos comandan el mundo al revés en que vivimos, invierten y pervierten toda lógica constructiva al ser incapaces de identificar las falsas premisas que sostienen sus falacias cosmológicas.

Viene a mi memoria la campaña comercial que llaman navidad. Para celebrar el nacimiento de un falso mito milenario plagiado de otro anterior que quizás no fuera tan falso ni tan mítico, asesinan cada año a millones de las verdaderas divinidades que nos dieron la vida, los árboles. Se talan por costumbre y por motivos puramente decorativos, si es que fuera bello contemplar un árbol muerto. Los cortan para adornar salones y patios, y eso lo califican de acto religioso.

El emperador de estos holgazanes profesionales de la falsificación y la tiranía, podría, con una sola de sus magnánimas y somnolientas palabras, erradicar esta maligna costumbre que demuestra la decadencia de nuestra sociedad y el primitivo estado evolutivo que nos envuelve y que en nada es acorde a nuestra evolución tecnológica, implementada únicamente para la explotación aunque a esta sórdida dinámica se la llame cultivo. Pero el concepto de cultura es diametralmente opuesto al de explotación, aunque culto es una palabra brutalmente prostituida.

Tal vez no lo hace por pura ignorancia, ni siquiera sabe la fatalidad que representa y las legiones de corazones ciegos que le siguen como el jefe temporal y supuesto intercesor del homínido ante las leyes de la Naturaleza, que creen que se doblegará a sus pies mediante sacrificios de árboles y cosas así, como incuestionable  falacia senil y demencial.

El maligno, dicho sea de paso, no tiene cuernos ni rabo, estos pertenecen a los benditos animales nos dan leche para nuestros quesos, y filetes para nuestras parrillas. El aspecto del verdadero maligno, por el contrario, podría parecerse al de una irritante medusa milenaria cuyos hilos son tejidos por los administradores de la metálica vibración del dinero, el mismo metal que sirve tanto para hacer armas como monedas y vehículos con que intoxican la mente y el aire, según convenga. Y no me refiero a la mítica Medusa que recrearon los micénicos tras sucumbir sus tropas ante la reina egipcia Ahhotep.

"Atado y bien atado", ese fue el último testamento del último dictador genocida que pasó por estas tierras. Aún lo recuerdan con espanto los más mayores, con nostalgia los más depravados. Ya se fue, pero su maquinaria persiste incorruptible cual Goliat de la era del Armagedón, sin que David tenga siquiera la oportunidad de sostener su honda. Aprendieron la lección y la aplican sin fisuras, acaso algún cabo suelto esporádico al que aplicar la inyección letal para que no escriba novelas subversivas desde una inspiradora celda.

Cantan lo que saben y no saben lo que cantan. Viven como esclavos, viven más enjaulados aún que yo, pues mi mente es libre, mi imaginación un halcón que vuela alto, mi deseo imperturbable, y mi razón pura después de haber pasado a la acción. Mientras tanto, los manipuladores de masas prefieren seguir sacando brillo a sesgadas estadísticas, simulaciones con carencia de variables, y empañadas bolas de cristal, a poner en marcha, de una vez por todas, un plan de recuperación de la piel del planeta, todo es posible, el gravitrón, la bilocación cuántica, viajar fuera del sistema solar, la fusión fría, todo menos eso, todo menos emprender el camino de la supervivencia, emulando un poco a los curas: el camino de la salvación.

Pero la maquina sigue imperturbable cortando los hilos que nos unen a la vida, sigue eliminando el verde y arrancando malas hiervas como yo, cabos sueltos que por más que nos arrancan y nos arrojan a la gran fiesta que debe ser el infierno, retornamos siempre y con amigos, mas no nos teme la gran ramera dotada de las más viejas y potentes tecnologías que ha creado el homínido, que no son ni la rueda ni el fuego, sino la moneda y el terror. Cantemos un requiem por la biosfera.

Demasiada tecnología para tan poca humanidad. Las trompetas de un nuevo apocalipsis y el holocausto de la razón anuncian otra cosecha de prototipos humanos desechables para una máquina que nos engulle y utiliza como peones clonados del homo imbécilis que domina el planeta, como envases  no retornables, como pañuelos de usar y tirar, una máquina que cultiva perfectos homínidos de plástico como espigas de un vasto Eliseo que puntualmente se siega para satisfacer un apetito insaciable, un apetito no humano que habla desde púlpitos decrépitos e hipócritas pedestales políticos.
Sólo somos biocombustible para una máquina de tentáculos invisibles, urticantes y paralizantes, una medusa que va cambiando de rostro desde la muerte de Osiris, el verdor de la Tierra. Pero el germen de la discordia flota en el aire y arraiga con las primeras lluvias de una primavera que no es árabe sino global, aunque el amanecer siempre sea oriental. Una semilla que alza un grito de guerra en medio de la sinfonía de los muertos, un basta ya que gira cual derviche generando tempestad en medio de un mar de pereza que se pudre inconsciente de su estancamiento y decadencia.

Mala hierba de pensamiento claro y decisión para la acción, que brota espinosa en medio de un latifundio cerealista donde no se pone el Sol y tampoco amanece, un mar de secano que crece a la sombra de partidos políticos y de futbol, modas al servicio del paradigma reproductivo, y acaloradas tertulias fatuas entre famosos, pedantes y demagogos varios, que ostentan decálogos de de la involución y rosarios de estupideces que terminan con aplausos y premios.

Soy una espina que sangra ya por poco tiempo, clavada por un futuro de vida digna y diversa, una Tierra por encima de divisas y naciones, religiones y combustibles, que pueda mirar a los ojos a sus hijos azules que nos miran como a bestias, antes de ser domesticados para la máquina.

El fiscal que me condujo a este corredor pronunció la palabra "radical" como unas mil veces. Y digo yo, ¿qué hay de malo en echar raíces? ¿qué hay de malo en ser raíz?

Sólo un tallo muerto se sostiene sin raíces, sólo las raíces sostienen la tierra fértil ante los violentos agentes erosivos, las que mantienen el suelo vivo sin que se convierta en roca. Las raíces sustentan a los árboles que calman los vientos, las tempestades y las olas de calor mortal, los árboles que guardan bajo sus ramas a Isis, la humedad de la tierra, esa que vivifica el ambiente.

Las raíces aportan el fluido vital a Osiris, el dios esmeralda, el organismo capaz de utilizar la energía del sol para sintetizar los oligoelementos en las moléculas del resto de biologías, los péptidos.

No puede haber frutos, consciencia ni memoria sin raíces. Yo no soy conservador ni progresista, soy un restaudor. Y, por cierto, puedes llamarme radical propiamente y sin ambages.

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