domingo, 13 de marzo de 2011

Teorema de la interfaz cerebral (1ª parte)

¿Os imagináis dirigiendo un vehículo con el pensamiento? ¿introduciendo en la computadora lo que ordene nuestro deseo? ¿o descargarnos en nuestro cerebro un curso de chino cantonés para hablarlo de la noche a la mañana como si fuéramos oriundos de Guangdong?

Todas estas actividades y otros muchas infinitamente más complicadas se podrán hacer antes de lo que pensamos. Acaba de nacer una disciplina que fusiona las neurociencias y las tecnologías cibernéticas en un proyecto que podríamos calificar de sexual por las prolíficas perspectivas que presenta: la interfaz cerebral.

Lejos de las falacias que el género de la ciencia ficción nos tiene acostumbrados, sobre todo cuando se expresa a través del oneroso tálamo del celuloide, el estudio del córtex cerebral como nueva interfaz entre el ser humano y la máquina no es una lejana quimera ni otra nueva rueda de molino con la que Bill Gates pretenda hacernos comulgar a casi todos, sino una realidad que ya está a la vuelta de la esquina.

Permitidme una pequeña estimación del momento en que tendremos al alcance (de muchos o de acaso unos pocos privilegiados) este tipo de habilidades

Realizaremos por un lado una simple progresión de los coeficientes que relacionan el número de caracteres de un código con el número de caracteres de una palabra escrita en ese código, y, el tiempo que emplea en descodificarla, por ejemplo, uno de esos routers "wifirobin" que revientan las contraseñas de las redes wiffi actuales (se venden últimamente como churros por unos 70€ y curiosamente no vulneran en absoluto la legalidad), contraseñas que suelen ser de 64 a 4096 caracteres (bits) escritos en código binario.

Por otro lado, si aplicamos dicha progresión cuadrática a palabras muy grandes como los cromosomas de una especie, cuyos bits (los genes) se escriben con un código quinquenario (podemos exponenciar a 5 la variable de la progresión) como es el código genético: adenina, timina, citoxina, guanina y uracilo, y prolongamos la progresión hasta palabras de, por ejemplo, los 3.000.000.000 de pares de estas bases o genes que constituyen el genoma humano, y proporcionamos a toda la progresión según los tiempos que emplearon los laboratorios del mundo en inédita colaboración para su descodificación (proyecto genoma), podremos obtener una aproximación del tiempo que ha de transcurrir todavía para la decodificación del cerebro humano.

Evidentemente, además de prolongar la progresión hasta las 100.000.000.000 de neuronas y de retomar el orden cuadrático propio del código binario, aunque hay infinidad de variables que podrían alterar sustancialmente estos resultados (de hecho se estimaron 20 años para la decodificación del genoma humano y en apenas 7 años ya lo conseguimos), aún aplicando un margen de error ciertamente amplio, podemos casi asegurar que en el siglo XXIII dominaremos la interfaz del córtex cerebral con grandes márgenes de efectividad, y por tanto, volcar nuestro cerebro, nuestra alma, en una máquina, algo que nos depositaría en manos de la auténtica inmortalidad, como la transferencia contraria, que sería descargar en nuestro cerebro el conocimiento, el espíritu o la habilidad de un sabio, un deportista de élite, un artesano certero o la labia del poeta cantonés del que hablábamos al principio, llegarían a ser actos llenos de cotidianidad y de necesidad obligada.

Y sería un derecho de todos, a menos que como cabe desgraciadamente esperar, las bases de datos cayeran en manos de la SGAE, cosa que dudo fundadamente, porque casi todos los sabios y sabias que conozco no pondrían reparos en volcar su conocimiento en la gran base de datos humana, y con más motivo si con esos datos quedaran registradas también sus conciencias.

El siglo XXIII nos puede parecer muy lejos pero en realidad es la vuelta de la esquina. Si Napoleón pudiera vernos sólo le sorprendería la tecnología, y no mucho. No hemos conseguido igualdad, libertad ni fraternidad entre los seres humanos y la ilustración aún no ha llegado a pesar de que viajamos por el espacio y de que operamos en los núcleos de la materia. Y es que no hemos cambiado tanto. Ha sido realmente un parpadeo.

Tenemos conciencia de de unos 80 años, el tiempo que dura aproximadamente una visa que no es cercenada de manera violenta o por contaminación, y no somos capaces de comprender más allá de ese tiempo porque son muchos millones años de percepción acotada en esas coordenadas temporales, sin embargo la arqueología nos demuestra que apenas hemos cambiado en un millón de años.

Ha cambiado mucho la tecnología pero seguimos siendo animales de las cavernas, en Libia, sin ir más lejos se está demostrando.

Hablando de Libia, a nadie parece importarle lo más mínimo el terrible genocidio que se está produciendo, y a todos les parece un país muy lejano porque tienen otra bandera y otra lengua, pero la realidad es que Mallorca está más cerca de Libia de lo que está de Finisterre.

Y así somos, esclavos de falsas percepciones por más que la ciencia arroje datos. Es más creíble Ana Botella calificando el cielo de Madrid como el más limpio de toda su historia. Dada su posición y refinamiento llena auditorios y preside ponencias en universidades de todo el mundo.

La revolución industrial fue ayer aunque las fotos en blanco y negro nos parezcan muy lejanas. El éxodo bíblico según los testimonios arqueológicos se produjo unos 800 años antes de lo que se supone y sin embargo sigue siendo ayer, aunque algunos teólogos proponen la fecha de la creación del mundo un poco antes de aquellos hechos.

Cada quien puede proponer lo que quiera, lo preocupante es que este tipo de teólogos que tan grandiosa educación nos han legado en España, tienen más seguidores que Eduardo Punset aún abrigando unos índices de pederastica que cuadruplican los que se producen en cualquier centro penitenciario de este país de banderas rotas.

Así es nuestra percepción de escasa y escabrosa, sin embargo la ciencia, la auténtica ciencia, esa que nace de nuestra genuina creatividad más que de los laboratorios, rompe esas barreras de la percepción espacio-temporal para todo aquel que desea con una mínima constancia, asomarse a las puertas del conocimiento, que se guarda hoy, al contrario que el de chamanes, druidas y sufíes, sin cerrojos ni llaves.

A través de la minería de datos y un discreto hilo conductor hecho de positivismo y arrogancia en proporciones iguales, podemos asomarnos tanto a las escenas del pasado más remoto con todo lujo de detalles, como proyectar hacia el futuro nuestras ecuaciones y encontrar estimaciones con márgenes de error muy pequeños que van desde la posición de cuerpos astronómicos tremendamente distantes hasta el cálculo del mismo techo de la humanidad y su colapso (a la vuelta de la esquina también).

La decodificación del córtex cerebral se producirá mucho antes de lo que se piensa, también para aquellos a los que la temporada de futbol se les hace corta. A lo largo de este siglo XXI podremos dibujar el mapa neuronal con gran lujo de detalles, sin embargo encontrarle el debido significado en términos de relaciones causas-efectos no será tan sencillo.

Encontrar las implicaciones de hacer cambios sobre cierto área u otro, y las supuestamente infinitas combinaciones posibles, nos llevara uno o dos siglos más. Pero como dije antes, esto no es nada, un pequeño crucigrama si no nos matamos antes.


Posibilidades infinitas

Como muchas de las innovaciones tecnológicas y descubrimientos que se producen cada día muy a pesar de los nihilistas profesionales no se cansan de decirnos que ya está todo inventado y que nos dediquemos a producir, que crear es sólo cosa de dios, e incluso, que la ciencia es cosa del maligno porque en la fe está la salvación, a medida que se vayan produciendo nuevos hallazgos en neurociencia se irán encontrando aplicaciones tanto o más interesantes, sorprendentes y diversas como las que iremos mencionando a lo largo de este capítulo.

Espero saber explicar lo más llanamente posible lo poco que sé sobre la interfaz cerebral, para compartirlo con todo aquel que sienta interés sobre este tema, sea o no conocedor de las jergas tecnológica y biomecánica que de aquí en adelante puede que hagan el amor hasta engendrarle una hermana a la sorprendente y solitaria princesa neurocientífica: la bioinformática.

Procuraré así mismo, dejar de arremeter contra molinos y gigantes por más que me tropiece con ellos cada vez que me sumerjo en un estudio, sobre todo cuando descubran las posibilidades libertarias que podría proporcionar a la humanidad el desarrollo de estas tecnologías de la trasparencia.

¿Os imagináis estar viendo un escáner en tiempo real del cerebro de un político mientras habla? ¿y el de un banquero? ¿poder ver cómo un despiadado empresario oculta información valiosa? ¿poder ver los tejidos cerebrales muertos de aquellos que alardean de poseer la verdad? ¿poder ver las carencias neuronales que determinan la naturaleza psicópata de éste broker o aquel agente de la ley?

Para cualquier molino este tipo de avances será una invasión al derecho a la privacidad, para otros será la salvaguarda de otros derechos mucho más fundamentales.

El problema de las células madre, el aborto o el condón serán las migajillas del fecundo banquete que se va a dar la ciencia cuando consiga el acceso al alma humana, cuando dejemos de ver en las máquinas a aquellos invasores que nos roban puestos de trabajo y nos ridiculizan con su precisión, velocidad y limpieza, cuando desencriptemos definitiva y eficazmente ese elixir de la vida eterna que nos ofrecerán los superconductores y la informática cuántica.

Ese es el núcleo de este teorema, será posible la vida eterna gracias a la tecnología mucho antes de lo que pensamos. Atrás quedará como patética caricatura aquella imagen de ciborgs superestúpidos diseñados para la guerra que someten al ser humano bajo sangre y fuego y devastan todo este planeta y cualquier otro que caiga en sus torpes actuadores inspirados en los robots de fabricación en serie. Esta imagen ha confundido los primeros prototipos de automatismos con inteligencia artificial con fundamentalistas religiosos dirigidos la cabra de la legión.

Perdón, dije que nada de molinos ni de gigantes.

Ver 2ª parte...

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